Según el señor Joó, este es exactamente el instrumento que conoció Bartok. La Orquesta de la
Ópera de Budapest tenía uno y, merodeando por el teatro durante los ensayos, Bartok lo vio y decidió incorporarlo a la orquestación de “Barbazul” (típico caso en el que se orquesta conociendo los instrumentos de los que dispone la agrupación, pues fue precisamente la ópera de Budapest la que estrenó la ópera). Resulta que el xilófono del que disponía esta orquesta tenía las láminas muy pequeñas, sonaba poco y era difícil de tocar, así que se encargó uno nuevo para poder estrenar la ópera. El que aparece en las fotos anteriores es el “nuevo”, el de encargo, el que conoció Bártok en persona y en el que se tocó el estreno (impresionante, ¿verdad?).
Obviando el hecho de que este instrumento está un poco ajado, no deja de ser lo mismo que un piano, un glockenspiel de teclado o una celesta pero, en lugar de percutir cuerdas, láminas de metal o campanas, en este caso se percuten láminas de madera. De hecho, el mecanismo es idéntico al de un piano, siendo la única diferencia el que las mazas están hechas de madera muy dura.
¿Qué ocurre? Que la parte es muy idiomática si se toca en un xilófono de teclado (cualquier pianista puede hacerlo sin problemas), pero tocada en un xilófono “normal” y con mazas “normales”, se vuelve endiabladamente difícil. Bártok no era un mediocre y sabía muy bien lo que quería, conocía perfectamente el “Strohfidel” y el xilófono moderno, pero sabía que si orquestaba para cualquiera de estos dos instrumentos tocar la parte sería prácticamente imposible, con lo que la asignó al poco frecuente xilófono de teclado, instrumento que él tenía, como quien dice, “en casa”.
Si queremos tocar la parte con un xilófono moderno nos encontramos varias dificultades: la primera son las octavas, imposibles de tocar por un solo percusionista (ni
Teddy Brown sería capaz de tocar semejante locura). La segunda es la sincronía: cuando no se cuenta con un instrumento de teclado (lo que sucede en el 99,9% de los casos), lo normal es que la parte se divida en dos y sean dos percusionistas, cada uno en su xilo, los que toquen cada una de las octavas. No hace falta decir que, a la velocidad indicada, tocar juntos es extremadamente difícil.
Como se suele decir, cada trabajo requiere de su correspondiente herramienta y, en este caso, si queremos tocar perfecta y fácilmente el pasaje, un xilófono de teclado en manos de un pianista es lo suyo. Si queremos sudar tinta china, nada como usar un xilófono moderno y dividir la parte entre dos percusionistas.
El problema es que este pasaje suele caer con cierta frecuencia en las audiciones, así que mejor lo incorporáis a vuestro arsenal, no vaya a ser que… Si queréis alquilar uno,
Tristan Fry, legendario percusionista londinense, tiene en propiedad dos de estos raros especímenes.
Para acabar, deciros que la versión que yo tengo es la que grabó la London Symphony con Christa Ludwig y Walter Berry bajo la dirección de István Kertész en 1965 para DECCA.