David Valdés

Técnica y musicalidad.

Una de las preguntas más estúpidas a las que  me tengo que enfrentar (y, lamentablemente, siempre es formulada por músicos) es la clásica “¿Qué prefieres?, ¿tener técnica o ser musical?”. Sólo hay otra pregunta igual de boba, casi siempre formulada por una señora mayor mientras te pellizca la mejilla: “¿A quién quieres más?, ¿a mamá o a papá?”
bifurcacion
La pregunta, obviamente, ya viene mal planteada de serie:
 
1. ¿Por qué debo elegir una de las dos opciones?, ¿no es deseable tener una técnica fantástica a la vez que una gran imaginación musical? Estamos ante una falacia de falsa dicotomía de manual.
 
2. Casi en el 100% de los casos la pregunta la hacen músicos con una técnica que deja mucho que desear.
 
3. Por la razón anterior, la pregunta está dirigida a que la contestación sea la que un músico con carencias técnicas desea escuchar: que lo importante es la musicalidad.
Existen varios mitos y malentendidos con respecto a la técnica y la musicalidad que conviene desterrar YA.
 
Para mucha gente la musicalidad es algo con lo que se nace y, con la misma “cantidad de musicalidad” que nacemos, nos morimos. Según los que piensan así, el que nace “musical” no debe preocuparse en aprender a hacer música, pues es algo que ya tiene “dentro” y sale sin más. Por supuesto, los defensores de esta teoría (¡qué casulidad que todos ellos se consideren a sí mismos “musicales”!) no llegan a entender que la musicalidad es algo que también se aprende. Obviamente, el talento y la predisposición natural existen, pero si esos dones que la naturaleza otorga al azar no se trabajan nos quedaremos en mero potencial, sin que lleguen a fructificar en un gran músico.
 
Está claro que Carl Lewis tiene talento y predisposición natural, pero si no hubiera trabajado duramente no habría conseguido 10 medallas olímpicas y 9 en los mundiales. Por tanto, aquel que se considera musical (habría que verlo…) hará bien en trabajar su musicalidad y no creer que tiene un diamante en bruto dentro del pecho que saldrá fuera siempre que lo necesite y sin hacer nada por ello. Por supuesto, el caso contrario (no tener talento pero trabajar mucho) también puede darse, pero no suele conducir a nada.  Tenemos, entonces, varias posibilidades:
 

a) No tener talento y no trabajar. Obviamente, no es nada bueno. De aquí sólo podemos esperar músicos nefastos.

 

b) No tener talento y trabajar. Poco podemos esperar de este caso. Lamentablemente, la buena voluntad y el esfuerzo (grandísimas virtudes) no son suficientes si no vienen acompañadas de algo más. Suele producir músicos mediocres.

 

c) Tener talento y no trabajar. Caso curioso que suele desesperar a los del caso b). Todos conocemos a gente que, sin casi hacer nada, se meriendan a otros que pasan muchas más horas delante del instrumento. Obviamente, produce músicos mejores que el anterior caso, pero lo son incompletos, pues no llevan su talento (mediante el trabajo) más allá.

 

d) Tener talento y trabajar. Por supuesto, es la combinación que produce el músico de verdad. No creo que haya mucho que explicar porque es evidente.    

Otra de las sandeces con las que nos solemos encontrar es del siguiente tipo: “Es un músico muy técnico, pero muy frío”. Es el tipo de justificación que trata de dar el músico que, obviamente, no tiene la capacidad técnica de aquél al que está criticando. Como todo, habrá músicos con gran técnica que sean más o menos expresivos, pero asociar técnica con “frialdad” es tan soberana tontería que no voy a perder el tiempo tratando de desmontar la relación.

La supuesta musicalidad de aquellos que denostan la técnica se reduce, en un altísimo porcentaje, a ritardandi sobredimensionados, fraseos excesivos, tempi (por no tener el suficiente dominio técnico) lentísimos, notas largas hinchadas… Lamentablemente, mucha gente cree que su hortera y amanerada interpretación es “musical”, y no: es HORTERA y AMANERADA. Tenemos, por tanto, a quien denosta la técnica y defiende la musicalidad, pero resulta que su supuesta “musicalidad” no es más que algo hortera y amanerado (osea, un bluf desde cualquier punto de vista). Uno de los grandes peligros es asociar musicalidad con afectación.
 
La razón por la que considero una estupidez la pregunta que da pie a esta entrada es porque quien la formula cree que es posible la una sin la otra, y NO ES ASÍ. La técnica y la expresión musical van de la mano, y cualquier estudiante con una inteligancia normal no tiene ningún problema en desarrollar ambas de forma paralela y simultánea.
 
Cuando la imaginación musical dispara los reflejos musculares que se han trabajado durante años, ésta encuentra respuesta en los dedos, muñecas, brazos…, y todo lo que queremos expresar fluye del cerebro al instrumento sin obstáculo alguno. ¿Qué ocurre cuando no existen esos reflejos musculares (la técnica)? Que los dedos, muñecas y brazos no pueden responder por falta de trabajo técnico consciente a las demandas del cerebro; por tanto, entre las ideas y el instrumento hay un cuello de botella que impide la expresión musical.

La técnica sin musicalidad es una posibilidad de la que debemos guardarnos; no obstante, todos conocemos músicos “circenses” que no transmiten gran cosa, pero ahí están ganándose la vida (¡y algunos muy bien!). Yo todavía no conozco ningún músico supuestamente expresivo y escaso de técnica que pueda pagar la hipoteca. Al revés: la expresión musical sin técnica es un imposible, ya que la alta musicalidad (la de verdad, no la hortera) no puede si no ir pareja a una refinadísima técnica, pues los matices más sutiles de expresión musical requieren de los más sutiles matices técnicos. Por tanto, separar técnica y expresión musical es una falacia, pues no se entiende la una sin la otra. Ambas deben correr parejas y ambas se pueden enseñar. 

 

La próxima vez que alguien os haga la dichosa preguntita contestad que ambas. De propina os haréis una idea del embrollo mental que tiene quien os la formule.    

 

 

…et in Arcadia ego.

© David Valdés