David Valdés

Edición de partes de timbales.

Todo aquel que haya tocado repertorio de Mendelssohn, Schubert, Dvorak, Schumann, Tchaikovsky, Weber, Gounod, ópera (principalmente el repertorio italiano y francés) y, como caso particular, nuestra españolísima zarzuela, se habrá encontrado en multitud de ocasiones con notas que no “casan” en un determinado contexto melódico/armónico y, dependiendo de su osadía o conservadurismo, habrá decidido dejarlas tal cual o buscar una mejor solución.

 

El repertorio romántico presenta claras disonancias. Estas son tan obvias que nos llevan a pensar que el compositor, a falta de un tercer instrumento o la posibilidad de un cambio rápido, prefería tocar esa nota a todas luces fuera de contexto a sacrificar el efecto que un golpe de timbal (aunque fuera “desafinado”) pudiera aportar en un determinado momento a su obra.

© David Valdés
© David Valdés
Otras veces ocurre lo contrario: el compositor opta por silenciar los timbales (mientras las trompetas, por ejemplo, siguen tocando), lo que nos lleva a pensar que, de haber contado con los recursos necesarios (más timbales, o la posibilidad de cambios rápidos), el compositor seguramente habría continuado con la línea que, por causas de fuerza mayor, hubo de dejar en silencio.
 
Nos encontramos, entonces, con los dos casos: cuando el compositor escribe una nota a sabiendas de que está mal o cuando silencia los timbales porque no pueden adaptarse al contexto armónico. Yo me referiré al primer caso.
timbal barroco
Ya sabemos que, debido a las limitaciones en la escritura para timbal con que contaban los compositores, se produjeron “notas falsas” innegables, pero mi opinión es que no son ni disonancias buscadas a propósito ni errores (no creo que a Verdi se le escapara que un Sol natural no encaja en un contexto de La bemol mayor), y que si los compositores hubieran contado con un instrumento más desarrollado hoy no estaríamos escribiendo sobre este asunto.
 
La controversia surge cuando, al enfrentarnos a una obra que presenta este tipo de escritura para los timbales, tenemos que tomar una decisión sobre tocarla tal cual fue escrita o modificarla para subsanar esos “errores”.  Yo no veo problemas en las modificaciones siempre que ese arreglo no suponga un cambio sustancial en el carácter y estilo de la obra. Casi todos los directores con los que he trabajado se han mostrado sumamente receptivos a este tipo de labor de edición, cuando no claramente involucrados (Óliver Díaz me plantea este tipo de cuestiones antes de que yo tenga tiempo de planteárselas a él). Teniendo muy claro el contexto musical, histórico, estético, armónico, melódico…, y siempre con el máximo respeto para con la Música, no veo problema ninguno en re-escribir partes que, de haber contado los compositores con los recursos de los que disfrutamos hoy día, de seguro las habrían escrito de otro modo.
 
Hans von Bülow, Sir Henry Wood, Felix Weingartner, Lorin Maazel…, son sólo algunos de los grandísimos directores encantados con este tipo de cambios. David Sercy (Scala de Milán), Simon Carrington (London Philharmonic), Alan Cumberland (London Philharmonic), Kurt-Hans Göedicke (London Symphony) o Cloyd Duff (Cleveland Orchestra) son grandes timbaleros que gustan de editar las partes.
Mi método consiste en un estudio previo de de la partitura de dirección junto con la particella de timbales. También uso el oído de forma muy crítica tanto para identificar errores (notas falsas, duraciones, articulaciones, fraseos…), como para proponer soluciones. Para realizar los cambios siempre busco el contexto armónico, la línea del bajo, qué toca el metal (dependiendo del repertorio me fijo más específicamente en una u otra sección) y quién toca en mi misma octava (no es lo mismo una disonancia a distancia de segunda que a distancia de 16ª ó 23ª). Con toda esa información decido si hay cambio y cuál es ese cambio. Una vez hecha la modificación esta tiene que adaptarse al contexto musical perfectamente y, una vez más, el oído tiene la última palabra. Como medida de precaución conviene no dar nunca una partitura por buena (sobre todo en ópera, y especialmente con las ediciones Kalmus). Mucha atención a las modificaciones que puedan haber introducido anteriores editores.
Como ejemplo podemos utilizar el Requiem de G. Verdi. Más concretamente, el inicio del Dies Irae. Este vídeo fue grabado en directo el 29 de enero de 2010 en el Teatro Jovellanos con la Orquesta Sinfónica de Gijón y el Orfeón Donostiarra dirigidos por Óliver Díaz. Para una mejor escucha recomiendo el uso de altavoces “full-range” o auriculares que reproduzcan los graves fielmente.
 

Desde este enlace se puede descargar de forma legal y gratuita la partitura orquestal y las partes del “Requiem” para así seguir el proceso: IMSLP.

Ya en el compás nº 3 se presentan las primeras complicaciones, pues en la edición de Ricordi las partes 2 y 4 no están acentuadas.

 

Mi interpretación consiste en tocar las notas del compás 3 y 4 con acentos para igualar el fraseo de trompas y trompetas. Para que el acento sea más efectivo, lo que hago es tocar la primera nota del compás 3 un poco menos, de forma que el acento destaque “por ocultación” de la nota que le precede y no sea necesario aportar más energía de la realmente necesaria en una dinámica ya generosa de por sí (ff). Las dos últimas notas las toco con más intención para preparar la entrada del coro (dramatismo en estado puro).
El Sol del quinto compás lo alargo durante cuatro compases (más la caída en el quinto) para lograr la misma duración del pedal ornamentado que hacen vientos y cuerdas. Corto esa nota cuando el coro cesa su intervención y comienzan las diabólicas semicorcheas en la cuerda.

Las siguientes intervenciones son una mezcla de las maderas (de ellas se toman las fusas) y el diseño rítmico del cuarto fagot, trombones, oficleide y contrabajos (véase el compás 20 en el “score”).

Los contratiempos que vienen a continuación han de ser tocados con extrema precisión, pues los timbales son el único instrumento de la orquesta que tiene dicha figuración rítmica.

 

Me gusta comenzar el redoble sobre el la un poco menos para acompañar con un crescendo la subida de cuerdas y madera (y hacerla así más dramática).

Los siguientes compases presentan problemas, pues las notas escogidas por Verdi no guardan relación con la armonía. A una secuencia G9b-Cm-F9b-Bb-G7dim-Ab (ver compases 31 a 36 en el “score”) siempre le corresponden las notas Sol y Re, lo que da lugar a obvias disonancias.

Respetando el salto inicial de 5ª descendente, doblo la parte de trombón bajo, oficleide y voces graves del coro. Además, toco la corchea que Verdi deja en silencio por dos veces. De esta forma sigo el diseño rítmico de las trompetas.
 
Mi ligadura no debe confundirse con una intención de legato: lo que quiero dar a entender es que hay dos unidades expresivas diferentes, una la abarcada por la ligadura y otra por las tres notas con stacatto.

El redoble sobre Sol natural no tiene sentido en un contexto de Mi mayor (choca clarísimamente con el Sol#), así que lo sustituyo por un Mi natural, nota que también tocan fagotes, oficleide y contrabajos.

 
Dos compases más adelante cambio el Sol por un La bemol, pues es esa armonía (La bemol Mayor) la que toca el resto de la orquesta y, no hace falta decirlo, esa disonancia de segunda menor está fuera de lugar.
 
El resto de las intervenciones no presentan problemas, pues doblan literalmente la parte de contrabajos.

El dilema con este tipo de interpretaciones es que, si no se realiza ningún cambio, el resultado es obviamente disonante, pero si nos metemos en harina y decidimos editar la parte, hay que hacer muchas modificaciones, lo que añade una importante dificultad a la interpretación.

 

Debemos decir que Verdi conocía los timbales de pedales y rotatorios (es seguro que escribió teniendo en mente los instrumentos de Carlo Antonio Boracchi, timbalero en La Scala), que escribió redobles con cambios de notas en su ópera “Otello” (primer acto, seis compases antes de la letra I de ensayo) y que en el mismo “Dies Irae” escribe una subida Sib-Do-Re (compases 74 a 88). Si escribió estos cambios de notas, ¿por qué en otras partes del Réquiem (y en sus óperas) no lo hizo así y escribió notas obviamente malas? Es fascinantemente contradictorio que Verdi tuviera, en la misma obra, una escritura para timbales tan conservadora en ciertas partes y tan innovadora en otras. Mi criterio es hacer Música, y si ello implica cambios de notas, no veo ningún problema en hacerlo.

 

En próximas intervenciones ahondaré un poco más en este asunto tan apasionante y, para ello, usaré el “Sanctus” de esta misma obra como ejemplo.

 

Me encantaría saber vuestra opinión al respecto, por lo que cualquier comentario o sugerencia será bienvenido.

 

 

…et in Arcadia ego.

© David Valdés